Estas son tres maneras en las que nuestras experiencias de la niñez nos pueden afectar como adultos:
Cerebro y Cuerpo
Durante nuestros primeros años de vida, nuestros cerebros están formando billones de conexiones neuronales; piensa en ello como la construcción de los circuitos del sistema operativo de nuestro cuerpo. Estas conexiones le dicen al corazón cómo bombear, a las hormonas cómo regular, a la mente cómo pensar, y más.
Cuando de niños sufrimos adversidades, especialmente si son crónicas o traumáticas, podemos desarrollar una respuesta de estrés tóxico, que puede interrumpir el desarrollo de los sistemas de nuestro cuerpo (endocrino, inmunológico, metabólico, cardiovascular y otros) y aumentar el riesgo de problemas de salud más adelante.
Otra forma en que las ACEs y el estrés tóxico pueden afectarnos biológicamente, no sólo durante esos primeros años, sino a lo largo de nuestra niñez, es atrapándonos en un estado crónico de lucha-huida-congelación. Esa es la respuesta natural de nuestro cuerpo al peligro, preparar todo nuestro ser para enfrentar al peligro, huir de él, o congelarnos.
Si de niños estamos constantemente en este estado, se puede activar la amígdala del cerebro o el sistema límbico (la parte que está conectada para protegernos del peligro) y prevenir el desarrollo de la corteza prefrontal (la parte que nos ayuda a controlar nuestras emociones y usar la lógica y la razón).
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Epigenética
Las etiquetas epigenéticas son como las notas de un editor, pegadas en las páginas de nuestro manual de ADN, con instrucciones acerca de qué partes conservar y cuáles cortar. Le dicen a nuestro cuerpo si debe o no expresar un gen en particular, y en qué medida.
Algunas de estas etiquetas genéticas no cambian, como el color de nuestro cabello o nuestra estatura. Pero muchas de estas pueden verse influenciadas por lo que nos suceda a lo largo de la vida.
De hecho, la ciencia nos está enseñando que incluso las experiencias de nuestros antepasados pueden transmitirse a través de estos cambios epigenéticos, como notas adhesivas que pasan de una generación a otra y que le dicen a nuestro cuerpo cómo lidiar con esto.
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Capacidad para Lidiar
Las ACEs también pueden darle forma a nuestra vida adulta a través de los métodos que desarrollamos para lidiar con las experiencias que vivimos de niños.
Desde una edad temprana, tomamos señales de las personas y el mundo que nos rodea para tratar de aprender cómo responder. Cuando esas señales de “dar y recibir” son enriquecedoras, amorosas y predecibles, es más probable que nos desarrollemos emocionalmente (y físicamente) de manera sana. Pero cuando esas señales de “dar y recibir” no son saludables o son impredecibles, o cuando nos descuidan, desarrollamos formas de sobrevivir.
Aquí la biología juega un papel en el comportamiento.
¿Se acuerda que la respuesta de lucha-huida-congelación se atora en la modalidad de “encendido” cuando nos enfrentamos a las adversidades de la niñez? Esa preparación biológica para enfrentar al peligro, huir de él o congelarnos nos sirve cuando nos enfrentamos a un peligro real. Pero cuando esas respuestas se convierten en algo automático y ya no hay peligro, nuestros cuerpos pueden quedarse atorados en un estado desregulado y de alerta excesiva.
(Haga clic aquí para ver un video acerca de las dos partes de nuestro sistema nervioso y cómo equilibrarlas)
Sanación
Es importante darse cuenta de que no estamos “descompuestos” a causa de las adversidades o los traumas que hemos vivido.
Algo sorprendente es que somos resilientes a cualquier edad.
La ciencia demuestra que es posible reconfigurar las conexiones neuronales y provocar cambios epigenéticos de manera sana a lo largo de nuestras vidas. Así que, es posible no sólo sanar de los efectos de una respuesta de estrés tóxico provocada por las adversidades de la niñez, sino también proteger a nuestros niños y a nuestros nietos.
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